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martes, 3 de mayo de 2011

La gota de agua

Hoy toca música clásica; la pieza que traigo está especialmente cargada de sentido. Se trata de un preludio de nuestro amigo Frédéric, como solía llamarlo mi profesora de música. Frédéric Chopin. Concretamente, el preludio en re bemol mayor, op. 28 nº 15: la gota de agua.


Corre el mes de octubre de 1838 y nuestro amigo Frédéric se ha trasladado a Mallorca por motivos de salud. Allí vive con Amandine Aurore Lucile Dupin, más conocida como George Sand, y su hijo Mauricio. Residen en la cartuja de Valldemosa, un pueblo mallorquín que dista unos 23 km de la capital isleña, Palma.
Esto escribió la autora en sus memorias:


…Allí compuso las más hermosas de esas piezas breves que él humildemente llamaba preludios. Son obras maestras… algunos son de una tristeza lúgubre y, al tiempo que complacen el oído, destrozan el corazón. Hay uno que compuso en una velada de lluvia melancólica y que echa sobre el alma un pesar temeroso. Sin embargo ese día Mauricio y yo lo habíamos dejado muy bien y nos fuimos a Palma a comprar algunas cosas que hacían falta en nuestro retiro. Vino la lluvia y los torrentes se desbordaron; hicimos tres leguas en seis horas para volver en medio de la inundación y llegamos en plena noche, descalzos, habiendo corrido peligros inenarrables. Nos dimos prisa, pensando en la intranquilidad de nuestro enfermo. Estaba en pie, pero se había limitado a una especie de desesperación apagada y, cuando llegamos, tocaba su maravilloso piano llorando… Cuando nos vio entrar se levantó con un gran grito y después nos dijo con aspecto conturbado y en un tono muy extraño:

-¡Ah! ¡Yo ya sabía que habían muerto!

Cuando se recobró y vio en qué estado estábamos, se sintió enfermo por la visión retrospectiva de nuestros peligros; enseguida me confesó que mientras no estábamos, había visto todo como en sueños y que, sin distinguir ya el sueño de la realidad, se había calmado y, como adormecido, estuvo tocando el piano convencido de que él también estaba muerto. Se veía flotando en un lago; unas gotas de agua pesadas y frías caían lentamente sobre su pecho, y cuando yo le hice oír el ruido de las gotas que, en efecto, caían lentamente sobre el tejado, negó haberlas oído. Se enojó por lo que yo llamaba “armonía de imitación”, protestó con vehemencia, y tenía razón, contra la inutilidad de esas imitaciones para el oído. Su genio se nutría de misteriosas armonías de la Naturaleza, volcadas en los sublimes sonidos de su inspiración musical y no por una copia servil de los sonidos exteriores. Su composición de esa noche estaba humedecida por las gotas de lluvia que resonaban sobre las tejas sonoras de la Cartuja, pero en su imaginación se habían convertido en lágrimas que caían del cielo sobre su corazón…



"El pobre gran artista era un enfermo detestable. Se desmoralizó por completo. Aunque soportaba el sufrimiento (de su enfermedad) con bastante valentía, no podía vencer las inquietudes de su imaginación. El claustro estaba para él repleto de terrores y fantasmas, incluso cuando estaba bien de salud. No lo decía, y yo debía adivinarlo. Al regreso de nuestras exploraciones nocturnas por las ruinas con mis hijos lo encontraba, a las diez de la noche, pálido ante su piano, con los ojos huraños y los cabellos como erizados en la cabeza..."

Sinceramente, creo que esta pieza cambia radicalmente cuando se conoce la historia que esconde. Es parte de la magia de la música.

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